domingo, 7 de noviembre de 2010

De espaldas a la realidad

Benedicto XVI aseguró, en el avión que le trasladaba de Roma a Santiago de Compostela, que el anticlericalismo del mundo occidental tiene en España uno de sus epicentros, y comparó la situación actual con la existente durante la Segunda República.

Si algo queda claro ante estas manifestaciones, y en contra de lo señalado desde el Vaticano, es que Benedicto XVI no emprendió este viaje sólo como peregrino o pastor, sino, sobre todo, como líder político representante de un tipo de poder bien determinado. Pero un líder político rancio en el discurso y mal, muy mal, informado.

Afirmar que hoy en día se da en España un laicismo agresivo o una clerofobia similar a la existente en la Segunda República, de 1931 a 1936, es, cuando menos, una absoluta impertinencia política y una afirmación que, en absoluto, concuerda con la realidad existente en este país.

Durante su estancia, Ratzinger, ha dejado bien patente que la iglesia que él representa vive de espaldas a la realidad y a la doctrina que su fundador, con tanto esfuerzo y sacrificio, proclamó. La actuación de la Alta Curia Eclesiástica, sus directrices, su dogma de fe, su doctrina en una palabra, se han distanciado tanto de la proclamada por Jesús que ambas se parecen como un huevo a una castaña.

Hacer la comparación de anticlericalismo actual con el existente en la II República, es desconocer los conceptos básicos históricos de aquél episodio, en el que si bien fueron asesinados clérigos y quemadas iglesias, no es menos cierto que otros asesinaron en nombre de Dios en una guerra civil, y finalizada ésta, bendecida por la Iglesia.

Pero, además de ese desconocimiento histórico, se da algo más grave: la negación de una realidad palpable en la que el Estado español, en la actualidad, trata a la Iglesia Católica de una forma privilegiada. De tal forma que el sistema de financiación pública a esta institución es, comparando con otras creencias, de una injusticia que raya en lo anticonstitucional.

Los privilegios de que disfruta esta creencia en España no son comparables con ninguno del planeta, y si no se antepone la fe a la razón, el hecho es incomprensible. Este país no ha cancelado ninguno de los privilegios que tenía en la época de Franco, y disfruta de una situación fiscal vergonzante en comparación con el resto de ciudadanos e instituciones que sí contribuyen a la Hacienda pública.

El gobierno actual ha hecho definitivo este injusto sistema de financiación pública de la Iglesia católica, pero, además, aumentó un 34% la cuota de IRPF que Hacienda le da por marcar la famosa “casilla de la iglesia”. Se vive de tal forma en este país un anticlericalismo agresivo que esta creencia recibe más de 6000 millones de € al año del Estado español, que, por cierto, no abraza ningún tipo de religión en su Constitución.

En cuanto al alejamiento de los ciudadanos españoles de la religión católica, en cuanto a su pertenencia y a la práctica religiosa, el Sr. Ratzinger debería preguntárselo a sus obispos y a los miembros de la Conferencia Episcopal.

Históricamente, y salvo honrosas excepciones que casi siempre han sido perseguidas por la propia Curia Vaticana, la Iglesia católica siempre ha estado del lado del poderoso, del rico, del especulador, del avaro, del dictador (Franco, Pinochet, Videla, Mussolini, etc,), mientras Jesús, su fundador, estuvo al lado de pobre, del perseguido, del oprimido, del débil
Solamente los misioneros y los miembros de la Teología de la Liberación practican de verdad la doctrina de Cristo de estar al lado del débil. Todos sabemos cual ha sido la actuación de la Alta Curia con estos dos sectores y quién fue su principal inquisidor.

Pero, en la actualidad, no es que la Iglesia esté del lado del poder, es que es el poder mismo. Los medios que utiliza, su financiación, su relación con el resto de instituciones, sus propuestas sociales, es decir, la práctica diaria de su doctrina es puro poder. Y ése es el hecho principal de que esta institución sufra una pérdida continua de adeptos, porque vive de espaldas a la realidad y sólo enarbola y defiende los principios de los privilegiados, abandonando su principal misión: amparar y proteger, con todos sus medios, al débil.

¡Ay! Si Cristo levantara la cabeza.

Blanca Claramunt